Milton Glasser

Tiresias, estudio para un retrato

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“10. Diseñar un anuncio para un producto cuyo uso continuado puede causar la muerte del comprador”
Del “Road to Hell” de Milton Glasser

Vivimos un tiempo de ceguera infinita. Ciegos en el sentido estricto de la palabra. No es solo que la vista, nuestro principal órgano para aprender, el más imperfecto de todos, tenga que pasar por una serie de procesos de pérdida de información hasta una codificación por parte de nuestro cerebro. El mismo órgano que a partir de sesgos, prejuicios y experiencia descarta, asocia y recompone algo que sea más cómodo y fácil de digerir. No es solo un tema de percepción y de visión, sino de consciencia, la misma que hace que un pez ignore que es el agua. Y es sencillamente costumbre, comodidad o monotonía. La misma que nos ha permitido sobrevivir el encierro y salir cuando todo ha pasado… y seguir haciendo lo mismo que hacíamos.
¿Quién diseñó esté producto cuyo uso prolongado puede causar nuestra muerte?

“Is it Robinhood’s fault that Alex Kearns is dead? No.
Was it the startup’s responsibility to do a better job with design, ethics and friction to better guard against kids like him from going into a fatal tailspin? Yes. Yes. And yes again.”

Extracto esta frase de un artículo del New York Times de Kara Swisher publicado un día antes del fallecimiento de Milton Glaser. Yo leo la noticia dos días después. Quería pensar en voz alta con Milton Glaser, pensar en él. Milton Glaser es el autor de I love NY, pero más allá es el ilustrador humanista, diseñador-artista y educador. Escuchaba recientemente una anécdota de Debbie Millman hablando de esta faceta de transformador, de visionario en el papel del diseñador.

Empiezo un retrato para ilustrar mis pensamientos, algo habitual. El dibujo me sirve para afilar mis sentidos. Y vuelven a aparecer sus palabras:

“Dibujar también te hace más atento, te obliga a prestar atención a aquello a lo que estás mirando, lo cual no es tan sencillo”.

Tecleo Milton Glaser. Buscar. Elijo la primera imagen. Un fragmento de perfil, pensativo, parece absorto, mirando a un lado, con sus manos entrelazadas quemadas por un golpe de luz en un primer plano desenfocado. Más que un retrato es un estado, es muy difícil captar tanta esencia en un primer intento. Tengo que buscar otra. Completo la cabeza a partir de otras imágenes aleatorias. Elimino las manos y busco una nueva imagen para poner lineas a esos labios finos perfectamente delimitados, un triángulo perfecto define el arco de cupido, sus comisuras desparecen tensamente estiradas en una sonrisa perfecta y eterna. Es una boca arrancada de una máscara griega de sátiro, la figura más cierta y más viva sacada del cortejo de Dioniso. Esta nueva imagen me obliga a prescindir del perfil para buscar un tres cuartos que me permiten ver recogidos en el pliegue de sus párpados unos ojos cargados de intención. Surgen afilados, pequeños, de una intensidad vívida como una almendra sonora alargada fina. Sus extremos sirven para apuntar con más énfasis la mirada. En esta nueva fotografía que superpongo la nariz aguileña ya no oculta su ojo derecho que crece hasta llevar su vista al extremo derecho de su cara. Mientras dibujo se ensancha el rostro, los espacios más pequeños aumentan el tamaño. Mi lápiz pierde precisión, la que gano a cada intento de entender mi mirada. Cada vez que borro gano. Cuanto más miro, más percibo. La dificultad de ver, es una actitud que no está en nuestros ojos sino en la sensación de un todo incomodo que se va desvelando, como un milagro, como una aparición. Recuerdo los cuadros de Hugo Bustamante revelarse en nuestras largas discusiones, subidos en el depósito de Sant Vicenç de Calders o perdidos en un torreón mientras todo se volvía oscuro y silencioso en Menorca. Una mirada es una conversación silenciosa entre dos seres que se miran.

Cada vez que nos detenemos en el detalle fracasa nuestra posibilidad de entender lo que vemos. Porque lo que vemos no nos mira. Pienso en esos ojos vaciados, en la mirada de Tiresias, el advino ciego de la antigüedad, castigado por haber visto a la belleza, la verdad desnuda ese castigo le dio la visión que nadie ve, el tiempo. De nuevo tropiezo con este sabio vidente Milton.

“La función más importante del arte a lo largo de la historia ha sido la de obrar prodigios, cambiar la propia naturaleza de quienes experimentan el impacto de una obra. En estos casos, la belleza transforma tanto como instruye”.

Me pierdo en las ideas pero me reconozco en este deseo de buscar la certeza a partir de la consciencia. Sara Swisher escribe acerca de la responsabilidad. La noticia es el suicidio de Alex Kearns, un estudiante de la universidad de Nebraska. Descargó en su móvil Robinhood una app popular entre milenials.

“Investing for Everyone. Robinhood, a pioneer of commission-free investing, gives you more ways to make your money work harder”.

Quería aprender sobre inversiones. Se derrumbó cuando creyó tener un saldo negativo de 730.000 dolares. Esa es la noticia pero lo que realmente me golpea es la idea de reponsabilidad. Si nos quedáramos solo en el suceso incurriríamos en la culpa, en buscar quién es el culpable. Todos nos instalamos en la “comodidad” del dolor y reclamamos cómo pudo pasar. Todo dolor es absoluto. La desgracia cuando nos golpea, nos sume en ese dolor que ahoga toda posibilidad de pensar de nuevo. Pero ello no debería eximirnos a los demás para pensar de nuevo. La libertad es un don con carga. Nos obliga, porque ser dueños de nosotros nos lleva a aceptar esa obligación que conllevaría si estuviéramos solos en el mundo. El hombre libre aspira a ser responsable de todo.

La memoria se ancla en momentos y nos convierte en guardianes privilegiados de un saber. Hace ya unos cuantos años asistía a la clase de proyectos de la Cátedra de Tuñon y Mansilla. Defendíamos nuestros proyectos con largos procesos conceptuales, maquetas a parte. Basados en el espacio de Sancti Petri debíamos desarrollar un programa libre de reactivación del antiguo poblado de pescadores. Era apasionante cada planteamiento. Recuerdo los conceptos que te permitían saltar peldaños creativos y llegar a conclusiones divergentes para finalmente tratar de materializar y visibilizar las ideas, al fin y al cabo la arquitectura en una idea construida. Recuerdo perfectamente uno de los proyectos presentados. La idea de buscar una vivienda eficiente llevó a la futura arquitecta a buscar la mejor estrategia para crear viviendas sociales. Su discurso avanzaba peligrosamente por conceptos que se deshumanizaban en un intento de buscar formas sencillas para responder a un bien común. Las viviendas comunales acabaron encontrando con un modelo de barracones usados en los campos de concentración. En este punto José Luís Moreno Mansilla, ¡Cómo me encantaba su mirada lúcida y genial!, detuvo su discurso y la proyección. Tras un par de comentarios sobrios, menos poéticos que en otras ocasiones y profundamente éticos, le mostró la totalidad de su discurso. La ceguera en su discurso. Buscamos brillantes conclusiones en aras de la novedad, la agilidad y la eficiencia. Las teorías de gamificación, el conocimiento del click más rápido, la distancia del pulgar en un móvil todo ello basado en la mejora de la experiencia del usuario. Porque el usuario es el rey… o no. Porque lo que creemos mejor para el uso no siempre será, en la rapidez de la interacción, o simulación lo mejor para el usuario.

Es posible diseñar la llamada a la acción perfecta para que atraiga a las personas adecuadas y consiga que hagan clic. Esto es incluso más importante con los usuarios móviles porque su tomas de decisión de compra es menos reflexiva y más rápidas.
Una máxima del diseño durante los últimos años es ahorrar tiempo al usuario, suavizar cualquier fricción en los procesos digitales de contratación, evitar que abandone creando una fluida experiencia sin dolor. Eso nos ha convertido como usuarios impacientes, cómodos, señores de la experiencia y tiranos con la tecnología. Un segundo de más puede trastocar nuestros planes y decidirnos por una web “más friendly”. Nuestra capacidad de atención mengua con el entorno fácil, fluido de las nuevas interacciones. El mundo tiene que ser más rápido, más líquido para tener más tiempo para… difícil saber para qué. “The client is the king” rezan todos los manuales de diseño actuales, rezan y rezaban así.

El diseño como oficio siempre ha tenido un interlocutor y un propósito para su cometido. Pero el diseño actual cada vez se parece a una “black box”. Todos las interacciones están reguladas por datos, por tendencias y patrones de comportamiento. Formamos parte de este flujo de información o mejor dicho es el flujo de información el que nos conoce. Siempre he pensado que el diseñador tiene el don de ver donde nadie ve. De visibilizar lo invisible.

La ética debería ser el primer aprendizaje. Crear un mundo, facilitar su acceso conlleva una responsabilidad. El mero hecho de pensar en el otro es un acto de reconocimiento, visibilizarlo para conocerlo es de algún modo saber quién es y qué hace. Peligro es el título de uno de los capítulos del libro “User friendly” de Cliff Kuang y Robert Fabricant.

“The more seamless an experience is, the more opaque it becomes. When the gadgets make decisions for us, they also transform the decisions we might have made into mere opportunities to consume. A world of instantaneous dead-simple interactions is also a world devoid of higher order desires and intents that can be parsed in a button, While it may become easier and easier to consume things, it will become harder and harder to express what we truly need”.

Piensa. Lo que has pensado ya ha sido adivinado. Piensa tu nueva interacción, hay una probabilidad elevada que esta, si eres usuario activo, ya esté anticipada. Somos previsibles porque hemos simplificado lo que queremos. Queremos lo que quieren que queramos. ¿Y te sorprendes?. He empezado dialogando con Milton Glaser, mejor dicho tratando de resolver la décima pregunta que planteaba en su camino al infierno. Road to hell es un test que hizo a un grupo de 20 estudiantes de los cuales 2 o 3 estarían dispuestos a llegar al final. La primera vez que conocí a Milton fue enfundado en las tapas roja y negra de un libro delgado de apenas 55 páginas. Pocas personas han podido cambiar de un modo más bonito mi manera de entender la vida como artista, como diseñador y como ciudadano. Como si ya hubiera visto todo, su mirada lúcida ciega a lo evidente abierta a lo nuevo nos deja una tarea inmensa, ser capaces de ser ciudadanos mientras somos diseñadores. Y para ello no hay otro camino que abrazar la consciencia para crear un mundo infinito.

Y ahora de propina: ¿Quién diseñó nuestra vida cuyo uso prolongado puede causar nuestra muerte?