Lecorbusier en calzoncillos

Le Corbusier nu

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“La Casa es una máquina de vivir“.

“¡Dadme un trozo de carbón y un poco de papel!”

El proceso empieza como respuesta al lugar. Grandes muros y un caparazón para dar curvas a un plano estático. “Proporcionaré el caparazón de un cangrejo que se apoyará en unos muros gruesos; por el sur la luz penetrará. No colocaremos ninguna ventana solo estrechas franjas de luz que se filtren por todos los muros”. Entre estas dos frases se encuentra la personalidad del creador. Estas breves sentencias nos deben preparar para un programa arquitectónico que no puede dejarnos indiferentes. En un período donde la máquina se nos descubre como la medida del hombre, Entre la racionalidad de una propuesta funcionalista y el impulso intuitivo que necesita responder al lugar con una propuesta “inmediata” deberíamos situar la contradicción que amenazará todas las obras de Le Corbusier. La elección no puede en ningún momento ser fácil, por lo tanto más que nunca las estrategias deben ser depuradas y deben convertirse en todo un plan para que nada se pierda en el proceso. La técnica aparece en las dos frases de un modo complementario, diría yo. En la primera frase debe ser pensada y construida la máquina, en la segunda la intuición a través de un esbozo en carboncillo debe encontrar las formas orgánicas para la cubierta de Ronchamp, unos acercamientos que a pesar de ser radicalmente opuestos debemos hacerlos complementarios. Al analizar la personalidad del arquitecto nos podríamos inclinar por la primera frase y tratar de descifrar de dónde surge esta idea racional y funcionalista de proyectar, la respuesta no puede ser sencilla, proba-blemente el momento que vive Europa a nivel sociopolítico y artístico puedan darnos importantes pistas. La necesidad de construir de un modo económico y satisfacer en el mínimo espacio las necesidades del hombre nos deben llevar como conclusión a la vivienda como una máquina de vivir, también los esfuerzos de las vanguardias artísticas se están dirigiendo hacia un arte que economiza los medios, que trata de extraer lo máximo de lo mínimo, ejemplos claros de esta geometrización que acaba reduciendo a las mínimas expresiones esa “riqueza” académica que presumía de beber de las fuentes clásicas. Yo diría que lo único que ha sabido y sabe hacer la academia es repetir las formas y rescribirlas hasta la sa-ciedad convirtiendo su lenguaje en una mimesis no ya de las formas clásicas sino de su propio discurso, la negación de la sorpresa. Hablar de lo que se puede hablar en términos de exactitud ese es quizá una máxima que sacada de este período de reflexión formal parece hacer Le Corbusier junto con toda la vanguardia arquitectónica y cansados de una tradición que parece amontonarse tras la puerta de la calle deciden mirar por la puerta del patio interior y reordenar todos los elementos que deben aparecer. Cual es el principio donde debe ser colocado el hombre, no hablamos del superhombre eso quizás será tarea para Mies. Este ejercicio de asepsia no puede ser nunca malo. Y la máquina de vivir no es sino una reflexión en voz alta de esta necesidad de nuevos tiempos, de un esprit nouveau. “Pero dónde empieza la escultura, dónde empieza la pintura, y donde lo hace la arquitectura? … ( … ) en cada núcleo de una expresión plástica, todo forma parte de un todo: escultura, pintura, arquitectura; volúmenes (esferas, conos, cilindros, etc.) y policromía, en otras palabras, materiales, cantidades, específicas consistencias, unido todo ello por relaciones que impulsen nuestra emociones” Esta es quizás la pregunta del artista completo, que sucede en el arquitecto para que los años vayan cambiando ese talante funcionalista por una explosión mucho más vital. No creo que sea un cambio en su esencia, creo en mi opinión que la liberación que experimenta Le Corbusier es deshacerse de su época, perder ese miedo trascendente del aquí y ahora para entrar a pensar junto con los grandes creadores en otro lugar. Tal vez el descreer es la primera necesidad de todo artista para formar parte de su propio tiempo, el personal ese que solo se recibe como don. Y creo sinceramente que el lenguaje que arranca con todo su período de madurez tiene mucho de ese afán de abonar un paisaje mítico, ese paisaje que a mi me recuerda en estos momentos a Matisse, unas formas que pierden su carácter estructural si perder su estructura para meterse en la piel de la forma.

Qué es la forma sería la pregunta final. El rastro que deja el vacío.