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Aclara que oscurece

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El lenguaje con el que nos referimos a lo que vemos es el lenguaje de la naturaleza de la luz. Es de una dualidad inquietante, esta dualidad fue introducida por un físico francés  Louis-Victor de Broglie. Este lenguaje puede ser el de los patrones de interferencia, las longitudes de onda o frecuencias y ser una referencia a lo inmaterial, a lo que no tiene posición. Pero cuando hablamos de luz también podemos referirnos a lo que se materializa al contacto con los objetos, esa piel luminosa que nos revela lo que existe. La luz es posición de una partícula en un momento preciso. Es velocidad y es acción. No es posible “medir” ni “observar” sin una teoría y un dispositivo experimental al que referir las observaciones. Sin ambos no veríamos nada. Para ambos necesitamos un dios o una referencia. Esta dualidad nos permite comprender que toda materia puede tener propiedades de onda y propiedades de partícula. 

Toda la materia presenta características tanto ondulatorias como corpusculares comportándose de uno u otro modo dependiendo del experimento específico.

Louis Victor de Broglie

El descubrimiento de la dualidad de la luz como onda y partícula introdujo la incertidumbre y la duda en el orden y suceder de las cosas, no la duda metódica de Descartes, esa estableció al hombre como el centro de lo cierto. La luz como dualidad desplaza al hombre para siempre. El observador es en su posición parte del sistema y por ello parte de la incertidumbre.

En tiempos de lo mecánico, de lo causal, establecimos exhaustivos criterios para la existencia y la validación de la verdad. Pienso luego existo es un vínculo causal mecánico que antepone motivos obvios para la racionalización de la existencia en términos materiales. A un lado quedaron lo percibido por los sentidos, esa percepción cualitativa de las cosas que hablan de la insipidez, olores fueron desterrados a un segundo orden para establecer un mundo medido cuantitativamente, donde los procesos cualificarán la labor del hombre y la certeza de un mundo.

Somos al ser percibidos por la luz de la misma naturaleza táctil y volátil, fruto del estar y el existir. Identificados con la dualidad no podemos dejarnos en manos de lo físico del mismo modo en que pertenecemos al atman insuflado en la materia.

Un baqueteo de un bastón tantea lo táctil del suelo, los ojos cerrados como si la ceguera forzara el cerrar los párpados para economizar la mirada que no usa. Es curioso que los ciegos cierren los ojos, ¿Qué establece esta suspensión del párpado como abertura a la luz, a lo perceptible? Cuando veo la mirada de un ciego es como si invalidase lo visto, esa mirada vidente de que lo esencial es invisible a los ojos. Con pasos que palpan el suelo con mayor consciencia cruza la calle Belén. Procede de la travesía Belen. Es un sábado a mediodía. Percibo la luz de Madrid con esa calidez de un día de invierno, más necesaria, más humana como una caricia que te invita a inclinar tu mirada al cielo. Sentado en esta encrucijada de caminos delante del número siete de la Calle Belén siento la coincidencia de demasiadas iluminaciones y epifanías.

La luz se condensa en materia a la vez que crea el mundo y nos desnuda. El espacio inmenso permite pensarnos como extensiones arrasadas pos el sol, máscara perecederas de luz antigua. No somos más, somos los de siempre iluminados.

 

 

No se si hemos resumido demasiado la visibilidad a un mundo de lo visto como si la visibilidad pertenecía al alumbramiento del mundo y esté en su condición de onda no requiriera tanta materialización.