Todavía sigo aturdido, pasadas unas horas desde que desaparecieron por el lado derecho del escenario Brad Mehldau y Joshua Redman tras 1 hora y 47 minutos, sigo noqueado. He recorrido el camino de vuelta a casa, Castellana arriba, para conseguir recuperar la normalidad. Sigo con una sonrisa imborrable. ¿Es posible más?
Siempre asisto con cierto escepticismo a los conciertos, siempre he creído en ese momento mágico que nunca se produce porque, o bien no es el día adecuado, o bien llegué demasiado cansado, o las expectativas colocaron el listón demasiado alto, no en los intérpretes sino en mi capacidad para descifrar lo que sucede. El inicio no puede ser mejor reconozco en las primeras notas ese estado especial que se produce cuando un músico golpea, percute y crea espacios sonoros, densidades que modela, Mehldau es capaz de crear de repente un sonido cargado de estructuras repetidas que transcurre en diferentes densidades mientras desciende con fraseos más sutiles, pulsaciones rítmicas a contratiempo que parecen salir de un mar sonoro hasta que vuelven a ser engullidas por él. Mientras tanto el saxo de Joshua Redman crea patrones sonoros que ordenan iluminando lo más parecido en este registro sonoro a una melodía.
Lo que parece buscar B es demasiado complejo para que lo encuentre mientras toca para nosotros, en algunos momentos parece una música cerebral llena de intentos virtuosistas de sorprenderse para dar con el motivo exacto, como si se tratara de una huida at infinitum de un inconformista, no basta con la técnica debemos buscar lo que “no sabemos”, así parecía transcurrir la segunda canción, y de repente aparecía R para iluminar esa especie de maraña sonora que parecía ser reinventada en cada giro, para dejar de nuevo la melodía que debía ordenar el espacio. Pero lo cierto es que cada lucha que se produce deja espacios nuevos, sorprendentes silencios, fraseos maravillosos entre ambos. En algunos momentos el saxo tenor sonaba en diferentes registros con una capacidad expresiva maravillosa.
La tercera toma,un tema de Mehldau “To Hold On or To Let Go”, ha servido para alejar de mi cualquier duda. Nadie se ha atrevido a romper la complicidad de los intérpretes. La sensibilidad en el trato de la melodía, elegante, exquisito era una nueva declaración de intenciones, sublime. Las dudas y la búsqueda obsesiva en las primeras canciones me habían permitido mantener a cierta distancia para el análisis, pero el descubrimiento de dos músicos capaces de demostrar una continuada exigencia expresiva durante las tres primeras canciones ha desmontado cualquier reserva emocional.
El concierto ha transcurrido por todos los registros posibles, juegos, persecuciones, invenciones, la técnica no es más que un vehículo para las emociones pero para poder llegar al final del concierto ha hecho falta mucho más que técnica, hace falta una obstinada voluntad de ser fiel a la técnica cuando esta por ella no basta.